Es mejor la conquista de uno mismo que ganar mil batallas. Así, la victoria será tuya. Ni ángeles ni demonios, ni cielo ni infierno te la pueden arrebatar.
Recuerda, solamente es tuyo aquello que no te pueden quitar. Nada que se te pueda quitar es tuyo. No te apegues a ello porque te traerá desgracia. No seas posesivo con algo que se te pueda quitar, porque tu posesividad te creará angustia. Confórmate con lo que es realmente tuyo y nadie pueda quitarte. No te lo pueden robar, no te pueden atacar, no vas a ir a la bancarrota por ello. Ni siquiera la muerte te lo puede quitar.
Si has conquistado tu consciencia, tu cuerpo será quemado, se hará cenizas, pero tú no te quemarás. Tú seguirás estando para siempre, eres eterno. Pero esa eternidad solamente puedes conocerla cuando te transformas en tu propio maestro.
Existen unos cuantos acontecimientos significativos en la vida de Alejandro Magno. Uno de ellos es su encuentro con el gran místico Diógenes. Diógenes yacia tumbado en la orilla de un río tomando el sol. Era por la mañana temprano, con el primer sol, la bonita orilla del río, la tierra fría … Alejandro pasaba por allí; iba hacia la India.
Alguien le dijo: «Diógenes está cerca de aquí y tú siempre estás preguntando por él». Porque Alejandro había escuchado muchas historias. ¡Diógenes realmente merecía el apelativo de hombre! En el fondo, hasta Alejandro tenía celos de él.
Fue a verlo. Se quedó impresionado con su belleza: desnudo, sin acicalar, sin adornos. El mismo Alejandro estaba lleno de ornamentos, engalanado todo lo posible, pero frente a Diógenes se le veía muy pobre. Dijo a Diógenes: «Me siento celoso de ti. Parezco pobre comparado contigo; ¡pero tú no tienes nada! ¿Cuál es tu riqueza?».
Diógnes le contestó: «No deseo nada; mi tesoro consiste en no desear nada. Soy un maestro porque no poseo nada; la falta de posesión es mi maestría, y he conquistado el mundo entero porque me he conquistado a mí mismo. Mi victoria va conmigo; sin embargo, tu victoria te la quitará la muerte».
Y cuando Alejandro se estaba muriendo se acordó de Diógenes, de su risa, su paz, su alegría. Recordó que Diógenes tenía algo que va más allá de la muerte, y se percató: «Yo no tengo nada». Lloró, lo ojos se le llenaron de lágrimas y les dijo a sus ministros: «Cuando muera y llevéis mi cuerpo al cementerio, dejad que mis manos cuelguen por fuera del ataúd».
Los ministros replicaron: «¡Pero esa no es la tradición! ¿Por qué? ¿Por qué semejante petición tan extraña?».
Alejandro dijo: «Quiero que la gente vea que llegué con las manos vacías y me voy con ellas vacías, y que toda mi vida ha sido un desperdicio. Dejad que mis manos queden suspendidas por fuera del ataúd para que todo el mundo pueda verlo: hasta Alejandro Magno se va con las manos vacías».